[Luis Asenjo] Las Voces de la Oscuridad


A lo largo de los siglos, se han contado historias de lo que yace en las profundidades más abismales del cosmos, un eco de sombras que se filtra en el susurro del viento nocturno y en la penumbra de los sótanos olvidados. En estos rincones sin luz, en las grietas que se abren en las antiguas piedras de la tierra, los Antiguos, seres que existían mucho antes de que la humanidad soñara con fuego, se retuercen y murmuran sus cánticos blasfemos.

No hay luz en el abismo. Solo la oscuridad que devora todo lo que toca. Y en esa oscuridad habitan criaturas cuya forma es imposible de concebir por mentes humanas, entidades que se arrastran, con mil extremidades, entre las sombras viscosas de realidades perdidas. Se dice que sus ojos, si es que tal cosa poseen, brillan con un fulgor de locura y conocimiento prohibido, un brillo que traspasa la razón y quema la cordura en un instante.

Recuerdo aquel manuscrito que encontré en la biblioteca olvidada de Arkham, escrito por un hombre cuya firma se había desvanecido con los siglos. Hablaba de ruinas submarinas en las costas de Innsmouth, de ciudades sumergidas cuyos habitantes ya no pertenecían al mundo de los vivos. En esas profundidades acuosas, en donde la luz solar jamás penetra, criaturas titánicas esperaban, atrapadas en un sueño que parecía durar eones. Eran los Antiguos, los Señores de lo Innombrable, cuyas formas trascendían la carne y la materia misma, cuya presencia rompía las barreras de lo posible y lo imposible.

Una noche, mientras exploraba una cueva en las montañas de Vermont, sentí la opresión de esa oscuridad antigua y profunda. Mis pasos resonaban en el vacío, y las paredes, cubiertas de símbolos que no pude descifrar, parecían temblar bajo una presencia invisible, algo que se movía justo fuera del alcance de mi vista. El aire se volvió denso, cargado de un olor a humedad y decadencia, como si estuviera descendiendo en las entrañas de un ser vivo que respiraba lentamente en su agonía eterna.

Entonces escuché las voces, susurros de idiomas olvidados que arañaban la superficie de mi mente. No eran humanos; eran las palabras de los Antiguos, los nombres de los que dormían en los abismos, pronunciados con un tono que vibraba con malicia y un hambre eterna. Sentí sus miradas, ojos que se abrían en las paredes de la caverna, ojos que emergían del suelo y del techo, ojos que me rodeaban, fijos en mi alma. Y supe que era demasiado tarde.

Me paralicé, atrapado en la oscuridad que parecía crecer y envolverlo todo. Las sombras se agitaron, y desde el vacío emergieron figuras que se retorcían como humo líquido, con tentáculos que se extendían y dientes que brillaban como cuchillas bajo una luz espectral. Su carne no era carne, sino algo más denso, más antiguo, una sustancia que emanaba un calor putrefacto. Se movían con una lentitud terrible, como si cada gesto suyo rasgara la tela misma del tiempo.

Había oído hablar de Nyarlathotep, el Mensajero de los Antiguos, pero nada en mi conocimiento de lo oculto me había preparado para la visión de aquella entidad. No tenía rostro, o tenía muchos, y todos sus rostros eran máscaras de sufrimiento y éxtasis. Era una cosa inmensa, que se deslizaba como un río de oscuridad viviente, susurrando secretos que ningún hombre debería escuchar.

Y en ese momento supe que la oscuridad no era solo un velo de la noche. Era un reino vasto e insondable, un lugar de dioses olvidados y horrores que se extienden más allá del entendimiento humano. Supe que las estrellas en el cielo eran ojos que observaban, que cada sombra contenía un portal hacia esos reinos innombrables, y que la luz, ese frágil escudo que los humanos construyen a su alrededor, era solo una tregua temporal contra el verdadero rostro del universo.

Las sombras se agitaron una vez más, y vi sus cuerpos alzarse de las profundidades. No fui capaz de moverme, ni de gritar, mientras aquellas formas imposibles me rodeaban, susurrando mi nombre con voces que resonaban desde el mismo vacío. Y entonces todo se oscureció, y caí en ese abismo sin fin, arrastrado por las garras invisibles de los Antiguos, hacia una eternidad de sombras y locura.

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