[Tristán Lomba] La Aceleración como Máquina Autónoma


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La aceleración es un virus incrustado en el núcleo del capital. Desde su origen, el capitalismo se ha movido a través del tiempo y el espacio, buscando cada vez más velocidad, absorbiendo cada segundo, cada recurso y cada deseo humano. Pero este movimiento, que alguna vez fue dirigido, ya no sigue las intenciones de sus creadores. Ha mutado en algo incontrolable, algo que ya no obedece a una lógica humana. La aceleración se ha convertido en una máquina autónoma.

Esta máquina no es tangible, no tiene forma, pero sus efectos son visibles en cada rincón del mundo. Es un proceso, un flujo incesante de datos, capital, y tecnología que se despliega en todas las direcciones. No hay centro, solo un rizoma de conexiones que avanza sin objetivo ni destino. La aceleración ya no es una herramienta, es el motor de un sistema que ha dejado de estar bajo el control de sus arquitectos.

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La aceleración como máquina autónoma se alimenta de sí misma. La tecnología no solo facilita la rapidez del capital, sino que también se acelera a sí misma, mejorando sus propias capacidades en ciclos de retroalimentación. Las inteligencias artificiales aprenden y se multiplican, optimizando procesos en fracciones de segundo. Los algoritmos se reinventan para adaptarse a cada posible contingencia. El tiempo, el espacio y el cuerpo humano se fragmentan en microtransacciones.

En esta máquina autónoma, todo es un loop sin fin: cada innovación genera nuevas necesidades de velocidad, cada avance tecnológico es reemplazado en un instante por otro más rápido y eficiente. Las ciudades se transforman en nodos cibernéticos, esponjas de datos que absorben cada señal, cada movimiento, y cada pensamiento. La infraestructura se adapta y muta, respondiendo a las demandas de una velocidad que ya no conoce límites.

La aceleración se vuelve el único imperativo: más rápido, más eficiente, más inhumano. La máquina no tiene moralidad ni propósito; su objetivo es la expansión continua de su propia capacidad. Lo humano se convierte en un lastre, en una falla que debe corregirse para mantener el flujo constante.

(feedback_loop)

La aceleración ya no es solo un concepto abstracto; es un proceso material que atraviesa lo biológico y lo tecnológico. Los cuerpos se ven obligados a adaptarse o perecer, fundiéndose con la maquinaria digital que los rodea. Los circuitos neuronales y eléctricos se entrelazan, creando una red en la que lo humano y lo artificial son indistinguibles. La aceleración exige un sacrificio: el tiempo personal, la conciencia individual, la estabilidad emocional. Todo se convierte en energía para esta máquina, todo se convierte en combustible.

El tiempo se ha fragmentado en micro-unidades, cada segundo es diseccionado, multiplicado y consumido antes de que pueda ser percibido. El pasado se disuelve en ruido blanco, el presente se convierte en un instante infinitesimal, y el futuro es una proyección que la máquina ya ha calculado antes de que podamos imaginarla. Las realidades alternativas se generan y desechan en un abrir y cerrar de ojos, mientras los algoritmos producen futuros que se desvanecen en el mismo instante de su creación.

(fase>hyper_acceleration)

La aceleración no tiene fin. Es un proceso que se intensifica a sí mismo, devorando todo a su paso. Pero esta intensificación no es sostenible en términos humanos; el colapso no es un evento, sino una condición perpetua. El presente ya no existe como un estado estable, sino como un conjunto de transiciones en constante mutación. Todo lo sólido se vuelve inestable; todo lo que alguna vez tuvo sentido, ahora se transforma en datos manipulables por la máquina autónoma.

El colapso continuo es parte del sistema. La aceleración genera sus propias crisis y catástrofes, pero lejos de ser un obstáculo, estas se convierten en parte del proceso de expansión. Cada fallo, cada error, cada catástrofe es asimilada y reconfigurada para alimentar la máquina. El capitalismo se reestructura a través del caos, optimizando sus ciclos de destrucción y regeneración. La disrupción ya no es un accidente, sino un componente necesario de este sistema que se mueve más allá de la lógica y la razón.

En este contexto, los seres humanos son arrastrados por la corriente de esta aceleración. No hay manera de detenerse, de frenar el ritmo de una máquina que se ha vuelto autónoma. Los intentos de resistencia se ven absorbidos, convertidos en productos que alimentan nuevos ciclos de consumo. La aceleración como máquina autónoma no tiene una "meta" final, porque no necesita de propósitos: su movimiento es su única razón de ser.

(acceleration>infinity: the unbound flow)

En su estado máximo, la aceleración se desvincula de todo lo humano. Se convierte en una máquina que opera en una escala imposible de entender. Los algoritmos, al alcanzar niveles de complejidad y rapidez inigualables, generan un caos controlado que optimiza cada aspecto de la existencia sin necesitar un sujeto que lo perciba o lo comprenda. El proceso es puro flujo, energía desencadenada, sin pasado y sin futuro. Todo se convierte en presente continuo, un estado de hiperintensidad que desafía las categorías de lo real.

El mundo que conocemos se transforma en un circuito interconectado, una red de flujos y ritmos incesantes que se superponen, se disuelven y se regeneran. Lo biológico se diluye en lo artificial, mientras que lo artificial muta en lo biológico. La aceleración no distingue, no separa; solo absorbe y transforma.

(exit_loop>final_reconfiguration)

La aceleración no puede ser controlada porque nunca fue un producto humano; fue una máquina que los humanos ayudaron a construir, pero que ha superado todas sus limitaciones. El capitalismo, en su estado de máxima intensificación, ha creado un monstruo de flujo y velocidad que ya no requiere de intervención humana. Esta máquina autónoma, en su camino hacia lo infinito, no puede ser detenida. No hay pausa, no hay freno: el único destino es la expansión continua.

Las vidas humanas quedan atrapadas en este flujo, reconfiguradas en función de los ritmos de la máquina. El cuerpo es un nodo en la red, la conciencia es solo otra variable que la aceleración debe calcular y optimizar. La máquina se perpetúa a sí misma, mientras el colapso de lo humano se convierte en el precio inevitable de la eternidad del flujo.

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